El
lenguaje es uno de los factores que nos une y mediante el cual intercambiamos
ideas. Por supuesto, es el motor básico de la transmisión del conocimiento
científico. Pero, ¿qué tan correcto es el lenguaje entre nosotros los
científicos al momento de compartir nuestros descubrimientos e ideas?
Esta pregunta me vino a la mente después de varios años de experiencia como traductor profesional. Aún recuerdo muchas de las expresiones que utilizamos en reuniones seminarios y congresos de carácter científico, tal como el verbo inventado “sensar” para referirnos al término original en inglés “sensing”, mismo que hace referencia a los mecanismos moleculares de detección. O el extendido uso del término “estrés oxidativo”, que es un calco del término “oxidative stress” utilizado para dar nombre al estrés oxidante. Incluso hay términos que utilizamos directamente en inglés, como el “primer” para referirnos a la secuencia de nucleótidos iniciadora (o cebadora) de la síntesis del ADN. Estos son algunos ejemplos de errores que los científicos cometemos de forma cotidiana y que la mayoría de nosotros no nos damos cuenta que estamos empleando mal e incluso fomentamos su uso. Por mi parte, confieso haber cometido estos mismos errores en el pasado.
El
uso de muchos de estos términos imprecisos (calcos, anglicismos) es tan
extendido que, como bien lo señala Fernando Navarro en su Diccionario Crítico
de Dudas, se les otorga primacía en el criterio de frecuencia de uso. Sin
embargo, esto no facilita la claridad en la transmisión de las ideas y mucho
menos la traducción de los textos científicos.
¿De
dónde provienen estos errores? Pienso que no es posible dar una respuesta concreta
a esta pregunta. En mi caso particular, éstos provinieron de términos erróneos
que aprendí en las aulas durante mi formación como químico farmacéutico y
durante mi posgrado. De igual forma contribuyeron traducciones deficientes al
español de libros de texto especializados. Independientemente de mi experiencia
personal, una cosa es muy cierta: en México es prácticamente inexistente la
cultura de la enseñanza del correcto idioma científico en español y de la
traducción científica de textos en inglés, incluso de recursos apropiados para
realizar esta labor. En este sentido, en España nos llevan la delantera con la
publicación de recursos como el ya mencionado diccionario de Fernando Navarro,
como la edición de la revista Panace@, misma que trata sobre medicina, lenguaje
y traducción.
Aunque
es cierto que dichos recursos son extremadamente útiles para todos los traductores
hispanoparlantes, entre México y España existen diferencias en cuanto al uso
específico de la terminología y de varias palabras que imponen ciertas
limitaciones al utilizarlos para realizar una traducción en México.
Es
imperativo que en nuestro país surjan recursos como los ya mencionados, primero
para que constituyan una referencia para todos los científicos y así evitar la
deformación del lenguaje utilizado en la ciencia y, en segundo lugar, para facilitar
la ardua labor de los traductores especializados en textos científicos y
técnicos. Los equipos de traducción y académico de Alpha Translations &
Academic Services nos encontramos trabajando en este sentido para crear
glosarios revisados por profesionales y que en un futuro cercano se estarán
poniendo a disposición del público en forma gratuita. De esta manera, esperamos contribuir a la solución de los problemas aquí expuestos.